Riesgo cardiovascular emergente: salud mental y contaminación

Los hábitos de vida poco saludables en cuanto a la alimentación, el sedentarismo o el consumo de tabaco y alcohol que afectan a nuestro organismo son la puerta de entrada a las enfermedades cardiovasculares. Pero también hay otros factores de riesgo cardiovascular emergentes: la salud mental y la contaminación. Hablamos de ellos en el Día Mundial del Corazón.

Tener un trastorno de salud mental, como la depresión, podría aumentar las posibilidades de sufrir una enfermedad cardiovascular.

Según la Fundación Española del Corazón (FEC), se sabe que en pacientes con infarto de miocardio la prevalencia de depresión es tres veces mayor que en la población general y está infradiagnosticada.

“En estos casos la depresión no es transitoria, sino que suele ser crónica y recurrente. Además, los pacientes con depresión diagnosticados durante un síndrome coronario agudo presentan una peor evolución y más eventos cardiacos durante el seguimiento que los que no tienen depresión”, explica la cardióloga Bárbara Izquierdo.

En el caso de ansiedad, a diferencia de lo que ocurre con la depresión, existe más controversia en cuanto a su relación con la patología cardiaca. Algunos estudios han encontrado que puede ser un factor asociado tanto a complicaciones durante la estancia hospitalaria, como a complicaciones a largo plazo y aumento de la mortalidad en pacientes con infarto de miocardio. Sin embargo, otros estudios no han encontrado tal asociación.

El mayor estudio realizado hasta la fecha en 52 países sobre factores psicosociales e infarto de miocardio sostiene que niveles altos de estrés están relacionados con un mayor riesgo de desarrollar un infarto.

También hay varios estudios que relacionan la trastornos del sueño (insomnio) con una mayor incidencia de enfermedad cardiovascular. Un análisis acumulativo para todos ellos muestra que los sujetos con insomnio tienen un 45% más de riesgo de desarrollar o morir por enfermedad cardiovascular que aquellos que no reportan trastornos del sueño.

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Por otro lado, ser positivo mejora la salud cardiovascular.

Según algunos estudios, la optimismo disposicional parece reducir a la mitad el riesgo de infarto frente al pesimismo, lo que implica un aumento del riesgo cardiovascular.

Del mismo modo, mejora la evolución en caso de eventos cardiovasculares, reduce las posibilidades de sufrir una recaída, ayuda a que el sistema inmunitario y el sistema nervioso autónomo funcionen mejor, facilita la adquisición y mantenimiento de hábitos de vida saludables, así como la desarrollo y mantenimiento de mejores relaciones sociales y familiares.

Autocuidado para la salud mental y evitar el riesgo cardiovascular

“Si dejas de fumar, si empiezas a hacer ejercicio, si pierdes peso, inmediatamente verás los resultados, lo que repercute directamente en el bienestar emocional con una mejora tanto física como mental”, afirma el Dr. Julián Pérez-Villacastín, presidente de la Sociedad Española de Cardiología (SEC).

Por su parte, el presidente de la FEC, Dr. Andrés Íñiguez, destaca que en los últimos años se ha ido tomando conciencia de la relación entre las emociones y el corazón: “Estrés vital crónico, estados emocionales negativos y trastornos como la depresión y ansiedad, no sólo aumentan el riesgo de enfermedad cardiovascular y lo agravan, sino que también se asocian a un mayor uso de los recursos sanitarios”.

Contaminación ambiental

La contaminación ambiental es otro factor de riesgo cardiovascular emergente y ya ocupa el cuarto lugar en la lista de factores agravantes o desencadenantes de enfermedades cardiovasculares, solo por detrás de la hipertensión, el tabaquismo y la mala alimentación.

“La contaminación favorece la trombosis, la inflamación, el estrés oxidativo y la disfunción endotelial”, recuerda la Dra. Violeta Sánchez, coordinadora del Grupo SEC-FEC Verde, quien añade que entre el 40 y el 80% de los efectos nocivos de la contaminación afectan al sistema cardiovascular”.

Infografía FEC-SEC
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Infografía FEC-SEC

El especialista propone, para reducir el impacto de la contaminación, “políticas que inviertan en transporte público más limpio, viviendas energéticamente eficientes, acceso a combustibles y tecnologías limpias y una gestión adecuada de los residuos municipales”.

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Y de forma individual podemos reducir el uso del vehículo y evitar zonas muy contaminadas, así como hacer ejercicio regularmente en vías verdes.

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